Llueve otra vez, regresó la lluvia, ya había dejado de recordar como llovía…
Detrás de mi ventana la vida se dibuja con sonrisa de payaso triste y pájaros abrigados con bufandas. Un hilo de agua pasea, travieso, por la cornisa recién pintada y dibuja un carillón de gotas cristalinas. La calesita de la plaza acaba de pasar dando vueltas alrededor de la manzana de mi casa, la pude ver por mi ventana…
Dos chorros de agua, ¡altos! que caen desde el techo en cascada, forman un arco iris que me invita a chapotear en los charcos de la vereda, algunos pececitos de colores me llaman con sus aletas para que vaya a jugar con ellos…
Ya casi no recordaba la lluvia…
Un soldadito de plomo, con una mariposa parada en su fusil, me mira desde el cordón de la vereda tratando de cruzar un río de agua de colores que revienta en una boca de tormenta llevándose destrozado su barquito de papel… pienso ¿podrá cruzarlo?… podría salir a ayudarlo pero ¡no tengo mis botas de lluvia!…
Pienso en las botas amarillas… Mamá no me dejaría salir a jugar a los charcos, hace frío, podría resfriarme…
Pero, saldré de todos modos, porque después de todo, hasta cuando uno grande y la lluvia te invita a mirar por la ventana y se pueden ver cosas que solo están en el corazón de un niño, podés salir a mojarte, aunque no tengas botas de lluvia, aunque te pesques un resfrío y aunque los vecinos se rían a carcajadas porque te ven chapoteando barro en la puerta de tu casa.
La lluvia es mágica, es maravillosa…es esa misma lluvia que cuando éramos chicos nos invitaba a bañarnos en el manantial que provenía de las terrazas, que nos inundaba la vereda para arrojar a ese mar de sueños nuestros barquitos espontáneos, la que nos hacía preocupar porque los pájaros se mojarían y la que nos enseñaba cómo el hornerito aprovechaba el barro de los charcos para su casa, la misma que nos empañaba los vidrios para que pudiéramos dibujar en ellos con nuestras propias manos, sin tizas ni borradores; aquella que nos estimulaba para llenarnos de barro hasta la cabeza y patinar de cola en los surcos pastosos.
La misma lluvia… unos años más.
Detrás de mi ventana la vida se dibuja con sonrisa de payaso triste y pájaros abrigados con bufandas. Un hilo de agua pasea, travieso, por la cornisa recién pintada y dibuja un carillón de gotas cristalinas. La calesita de la plaza acaba de pasar dando vueltas alrededor de la manzana de mi casa, la pude ver por mi ventana…
Dos chorros de agua, ¡altos! que caen desde el techo en cascada, forman un arco iris que me invita a chapotear en los charcos de la vereda, algunos pececitos de colores me llaman con sus aletas para que vaya a jugar con ellos…
Ya casi no recordaba la lluvia…
Un soldadito de plomo, con una mariposa parada en su fusil, me mira desde el cordón de la vereda tratando de cruzar un río de agua de colores que revienta en una boca de tormenta llevándose destrozado su barquito de papel… pienso ¿podrá cruzarlo?… podría salir a ayudarlo pero ¡no tengo mis botas de lluvia!…
Pienso en las botas amarillas… Mamá no me dejaría salir a jugar a los charcos, hace frío, podría resfriarme…
Pero, saldré de todos modos, porque después de todo, hasta cuando uno grande y la lluvia te invita a mirar por la ventana y se pueden ver cosas que solo están en el corazón de un niño, podés salir a mojarte, aunque no tengas botas de lluvia, aunque te pesques un resfrío y aunque los vecinos se rían a carcajadas porque te ven chapoteando barro en la puerta de tu casa.
La lluvia es mágica, es maravillosa…es esa misma lluvia que cuando éramos chicos nos invitaba a bañarnos en el manantial que provenía de las terrazas, que nos inundaba la vereda para arrojar a ese mar de sueños nuestros barquitos espontáneos, la que nos hacía preocupar porque los pájaros se mojarían y la que nos enseñaba cómo el hornerito aprovechaba el barro de los charcos para su casa, la misma que nos empañaba los vidrios para que pudiéramos dibujar en ellos con nuestras propias manos, sin tizas ni borradores; aquella que nos estimulaba para llenarnos de barro hasta la cabeza y patinar de cola en los surcos pastosos.
La misma lluvia… unos años más.
La imaginación nos da recursos para convertir la rutina en pequeños espejismos fantásticos y nos da la posibilidad de recordar y asombrarse de uno mismo…
El niño que fuimos sigue ahí, donde siempre, solo hay que animarse, un día de lluvia, a dejarlo que se asome a una ventana para que los pececitos de colores lo inviten a jugar en algún charco o para que, aún sin botas amarillas, salga en ayuda de un soldadito de plomo, con una mariposa apostada en su fusil, pueda cruzar un mar de colores debajo de un arco iris minúsculo que ilumina el alma…
Nuestro niño nunca se irá si cuando llueve lo dejamos que se asome a la ventana de la casa de cuando somos grandes… y siempre existirá en la humedad de una tarde de lluvia…
El niño que fuimos sigue ahí, donde siempre, solo hay que animarse, un día de lluvia, a dejarlo que se asome a una ventana para que los pececitos de colores lo inviten a jugar en algún charco o para que, aún sin botas amarillas, salga en ayuda de un soldadito de plomo, con una mariposa apostada en su fusil, pueda cruzar un mar de colores debajo de un arco iris minúsculo que ilumina el alma…
Nuestro niño nunca se irá si cuando llueve lo dejamos que se asome a la ventana de la casa de cuando somos grandes… y siempre existirá en la humedad de una tarde de lluvia…
Un abrazo