Trepé al castaño y observé sin pestañear. De pronto descubrí a aquel hombre.
Descalzo, con pantalones raídos y la camisa atada a la cintura. Cavaba.
Se desesperaba. Sin importarle la fuerza con que el sol le inyectaba sus rayos sobre la piel.
Para él no existía fuerza mayor que la de sus musculosos brazos.
Lo único importante era rasguñar la tierra a golpe de picotazos.
Hasta llegarle a las entrañas. Golpeaba desmedido.
Los terrones saltaban como proyectiles. Cavaba. Y más profundo se hacía aquel hoyo.
Con las manos, ensangrentadas ya, secó el sudor de la frente.
Miró fijo el hueco, sin encontrar la raíz de las guerras.
*Texto y foto tomados de Patio Criollísimo, con el permiso de su autora Osmaira González Consuegra. Santa Clara. Cuba.