A un niño de la calle que conocí
en Bahía Blanca.
Prov. de Buenos Aires.
Al levantar mis ojos
y mirar por la ventana
encontré los tuyos
que hacia adentro miraban.
Peinaba tus cabellos
una lluvia de espinas,
mojándote sin culpa
las manos ateridas.
Con ademán amable
te invité a que entraras
a compartir la mesa
que el mozo te negaba.
Ajeno en aquél sitio
comías en silencio
tu inocencia dolía
penetraba los huesos.
Quise saber de ti
de tus pasos sin meta
de noches en umbrales
y días sin escuela.
A todas mis preguntas
tus respuestas eran vagas
y luego de repente,
un inaudible “gracias”.
Te perdiste en la calle
volviste a sus entrañas
dejando junto a mí
el candor de tu infancia.
Me quedé contemplando
la gente que pasaba
sin voz para decirles
que entre ellos allí estabas.
Al salir quise correr
alcanzarte mi esperanza,
regalarte la ilusión
que transforme tu mañana.
Sólo pude caminar
lentamente, callada,
acunando a la niña
que dentro de mí lloraba.
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