"Cuando el desencanto se ha convertido en artículo de consumo masivo y universal. Nosotros seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano" Eduardo Galeano.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Del diario de mi amiga la viajera III

Y esta es la última página del diario de mi amiga la viajera.... Diego Sachella

EXPERIENCIA

We had the experience but missed the meaning
And approach to the meaning restores the experience
T.S.Eliot
Tuvimos la experiencia. En algún lado leí esta frase que, sé, es un verso. En algún lugar de mi cabeza o mi hígado quedó esta frase, resonando como la conciencia de una falta.
La mañana de sábado otoñal es magnífica en Málaga. Hay sol y la temperatura obliga a la calle. Todavía no han salido todos los que después saldrán, pero la plaza de La Merced está mojada, porque ya han pasado los del camión del agua. Los bares están poniendo las mesas y las sillas en la calle. Un ómnibus escupe jubilados ingleses que escuchan a un guía que se ha parado sobre un banco. Las banderolas anuncian un octubre picassiano en Málaga. Son 125 los años desde el nacimiento del pintor.
Soy la única visitante, a esa hora, en el museo. La casa de Picasso es por fuera una casa típica del lugar y, por dentro, un museo típico, con su puesto de venta de jarros para tomar el té, bolígrafos y carteritas que repiten la paloma con un entusiasmo que desesperaría a Benjamin.
Una guía me abre la puerta de la sala en la que las fotografías de Lee Miller revelan a Picasso. El esposo de Lee Miller, Roland Penrose, fue amigo y biógrafo del pintor, se entera mi ignorancia con el catálogo. Las fotos muestran a un señor flaquito, con ojos pícaros y una nariz rara. En su estudio, en su casa, con su mujer, en el campo. Picasso está ahí, captado por un ojo amigable y comprensivo. El cuerpo de un viejito saltarín en camiseta frente a los cuadros que revolucionaron la manera de mirar.
¿La vejez es conservadora? ¿La revolución, patrimonio juvenil? ¿Qué es ser viejo? ¿Qué es ser joven?
El primer piso es el lugar donde se exponen algunos objetos del dueño de casa –incluido un primoroso y casi ridículo vestidito de bautismo- y sus litografías y cerámicas.
Los ojos de Jacqueline tienen una profundidad que absorbe, el rostro anguloso de una mujer obliga a detenerse y no pasar adelante. Los guardias del museo, supongo que de aburridos, me siguen a todas partes. Nunca había pensado robar un cuadro de un museo; sonrío con la idea.
Uno de ellos, mientras bajo la escalera de madera, me sugiere una visita a la otra sala, la de enfrente. Y allí me encuentro a Penrose, y a Man Ray y a Paul Eluard. Sola frente a ellos. Sola, incluso, frente a una maravillosa fotografía que ocupa toda una pared: una pareja mirándose a los ojos en un paisaje montañoso y agreste. Pantalones de tiro alto, pinzados, anchos. Ella, con un corpiño que deja medio torso al aire. Bellos, enamorados, seguros, poderosos: siento el dolor de la distancia y los días sin Horacio. Aprieto el bolso y la mano se calma con la cercanía del pasaje para esa misma tarde. Pero los ojos, y el pecho, y el páncreas quedan prendidos de esa foto gigante.
El surrealismo es un viaje de ida. Es una droga que envuelve, como el humo de la marihuana. El mundo es otro, muy distinto de las coordenadas que plantea allá afuera, la plaza de la Merced. A la vuelta de una esquina, en un rincón, el tórax se me va tras un rectángulo de papel escrito y coloreado. Y ahí, sola en la sala sola, interrumpiendo el paso de un grupo de empleados que van a ocupar sus lugares, leo entre labios, en un francés que apenas chapurreo, Je ecris ton nom, Paul Eluard. Me miro desde afuera: las manos se me han abierto como cuando se va hacia un abrazo, las palmas se me han llenado de esa sustancia de la que está hecho lo inmaterial, los ojos se me han fijado en esos gusanitos negros que hablan de cuadernos de la escuela rayados por el poder de esa palabra que hace renacer o en los colores que Fernand Leger le ha disparado, los pies se me han pegado a esa tierra, 15 mil kilómetros más allá de la mía, hasta donde he tenido que ir a buscar una experiencia.

Gabriela Urrutibehety