"Cuando el desencanto se ha convertido en artículo de consumo masivo y universal. Nosotros seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano" Eduardo Galeano.

jueves, 30 de octubre de 2008

Del diario de mi amiga la viajera II. Diego Sachella

LA ALHAMBRA Y EL SENTIDO DE LA REALIDAD

MALAGA, 24.10.08. Una palabra para definir la Alhambra: sensualidad. Sensualidad, fiesta de los sentidos. La Alhambra entra por todos los sentidos; desde todos los sentidos, impacta el cuerpo y, desde el cuerpo, repasa el alma. La Alhambra entra por la vista, el olfato, el tacto, el sonido. Pero desde todos ellos, te envuelve en un juego de apariencias, se parecer lo que no se es, de simulación permanente. La Alhambra pone en juego el sentido de la realidad. Una ventanita aparece a lo lejos con una primorosa cortina de encaje. Pero no es encaje: es mármol. La insoportable levedad del mármol aprisiona los sentidos: hay que tocar y sentir que la suavidad es fría para convencerse. No hay encaje, entonces. Pero lo hay. La piedra labrada, la piedra bordada, la piedra desfigurada en el precioso entretejido de un es no es.
Granada es una moderna y gran ciudad de la España del siglo XXI, movida por la crisis mundial, el desempleo y la baja del consumo. La Alhambra está en Granada, pero no en este mundo. Quien camina por los jardines de la Alhambra no siente los ruidos de la ciudad que acaba de dejar al ingresar. Pagar el boleto de 12 euros en una taquilla similar a la de cualquier aeropuerto, habilita a cruzar una reja hacia otro lugar. Sólo se oye en ruido del agua fluyendo, el canto de los pájaros y los pies de los caminantes. Todo lo demás, ha desaparecido.
Atravesar la reja implica, además, poner en funcionamiento el mecanismo de captación de olores. Porque los olores no preguntan ni piden permiso: invaden poderosamente. Suave monstruo de mil cabezas: rosas, jazmines, pasto verde, agua fresca y otros que el conocimiento que cada uno tiene del mundo no permite descubrir. Se está y no se está en Granada. Otros sonidos, otros olores, otra atmósfera vuelve a trastornar el sentido de la realidad, que se ha evaporado tras el perfume, bello y malsano, que marea en la siesta de este lugar, ubicado ya no se sabe dónde.
El agua está por todas partes. Salta de los surtidores, se desliza por las acequias. El pasamanos de la escalera engaña: no es un pasamanos inocente, sino que en su interior corre el agua. Corre, hasta remansarse en las fuentes alargadas que se extienden entre un pabellón y otro de los palacios nazaríes. El agua es calma: el palacio nazarí ha caído en ella. El palacio vive en el reflejo, porque es más atrayente verlo en la horizontalidad el agua que en la verticalidad normal de la construcción humana. ¿Cuál es el palacio, cuál palacio es? La mano en el agua destruye al palacio. Pero sólo por un instante, sólo hasta que retorne la quietud.
Nada de lo que se ve, de lo que se oye, de lo que se huele, de lo que se toca es lo que parece ser.
Pero la Alhambra está ahí, pese a los moros, pese a los cristianos, pese a los turistas japoneses que insisten en querer llevársela a casa con el ojo arrasador de sus cámaras fotográficas.

Gabriela Urrutibehety