Gabriela Urruibehety, Dolorense, amiga que Uds. ya conocen, está (por un premio) en Málaga y desde allí conoció Marruecos.
Nos regaló este archivo que me pareció de una belleza mística y les comparto.
Diego Sachella
MARRUECOS
MALAGA, 20.10.08.- Pongámonos de acuerdo: tres días son tres días, y menos si se pasan como turista (3 días, 2 noches: algo más de 48 horas). Los micros pasan por las calles, no las recorren; los hoteles no son las casas; los contactos con la gente mediados por un guía o un conserje no son contactos con LA gente; las actividades que se pagan en euros tienen otro sentido.
Hechas estas aclaraciones y precisiones, pasemos al relato. Estuve tres días y dos noches, en un tour por Marruecos, y no salí indemne.
Cruzar el estrecho de Gibraltar lleva tanto como cruzar de Buenos Aires a Colonia (la empresa de transporte, en definitiva, es la misma) pero en 45 minutos se ingresa a otra dimensión. Ceuta es el puerto español ubicado en la costa marroquí desde donde puede verse el peñón de Gibraltar ocupado por los ingleses. Cuando viajamos a Algeciras para tomar el barco, Antonio, el chofer, despotricó contra los ocupantes del peñón, porque incluso, “hasta se han inventado una lengua para molestar (no fue el término que usó) a los españoles y los ingleses”. Cuando volvíamos, nos encontramos con un grupo de militares españoles –jovencitos y jovencitas militares españoles- que venían a la guarnición ceutí.
Marruecos es una experiencia impactante. Impacta en los oídos el sonido de la voz llamando, desde la mezquita, a la oración. Impacta en los ojos el colorido de los trajes de las mujeres, largos de mangas, largos hasta los pies, alargados en pañuelos sobre las cabezas. Impacta el sabor del couscous y las aceitunas. Impacta el olor de la medina de Tetuán: falta de desagües, pescados vendidos en la calle, aromas de más de 200 hierbas en la farmacia berebere que nos llevan a visitar. Impacta el tacto de las alfombras, de las telas, de la lana cruda, del cuero de oveja repujado, de las cerámicas en las mesas del restaurant de Chaouen.
El camino hacia M’Diq impacta: una moderna carretera, construcciones y grúas por todos lados, el equipo del Atlectic de Tetuán concentrando en el hotel, al que se llega luego de pasar a la vera del Club Mediterranée y del Sofitel, entre otros símbolos del descanso primermundista. ¿Esto es África? Yo he crecido pensando que África eran Tarzán y los beduinos, anche Cleopatra y las pirámides.
En Chaouen, las mujeres separadas de los hombres lavan la ropa en el río, el gas llega en garrafas dentro de un camión pero es llevada por las laberínticas callecitas –por algunas se debe pasar de costado, porque no entras- a lomo de burro, el sastre cose a mano y el tejedor de telar tiene al lado una persona que hila en la rueca, como en el cuento de la Bella Durmiente.
En la puerta del hotel Intercontinental de Tanger, un hombre nos advierte en un español arrevesado: “señora, vuelve adentro que es muy temprano y no queremos tener problemas”. Es peligroso andar sola, aclara, aún a media cuadra del hotel. Una, mujer, obedece y vuelve a la burbuja categorizada por cantidad de estrellas.
Mercado viejo, barrio judío, el arte de reagatear
La medina de Tetuán, dentro de la cual está el barrio judío, ha sido declarada patrimonio de la humanidad. El primer impacto es el olor y el segundo, inmediato, es la estrechez. Tu cuerpo es invadido por el laberinto de calles y por la mezcla de aromas; la breve luz que baja desde el cielo despejado está disminuida por las lonas que actúan de tejados de los puestos de sardinas, de verduras, de kaftanes, de almendras. Lonas exiguas, al fin y al cabo, porque las construcciones se elevan hasta casi unirse, como los eucaliptos que llevan a la casa de mi hermano. La fila de turistas camina, bajo miradas que no puedo descrifrar: desconfianza, aceptación, ironía velada, indiferencia... Disgusto por las fotos en todos lados: la religión musulmana está en disputa con la imagen y Mohamed, nuestro guía, explica que hay una creencia similar a la de nuestros indios, acerca de que la foto roba un pedazo del alma. Estoy creyendo, desde hace un tiempo, que eso es cierto.
El viejo arte del regateo: una forma de comercio diferente, a la que uno debe acostumbrarse si quiere comprar algo aquí. Un juego en el que el sobreentendido, el gesto, la ambigüedad son las claves. Decir que no, no siempre es no; se puede decir que sí de muchísimas maneras; el no se dice en el tono o en la interrupción de la comunicación. Nada vale lo que en principio se dice; todo vale lo que uno esté dispuesto a pagar. El valor es lo más relativo del mundo: nunca es el mismo, sino el que los sujetos involucrados en el juego deciden que sea. Con la diferencia de que se explicita el juego y el juego se juega cada vez. ¿Cuánto vale un big mac? Lo que alguien –ya sabemos quién- decide y, a partir de ello, transforma en indicador económico internacional.
Pueblo azul
Hay que insistir. Antes de llegar a las medinas –esto es, las áreas viejas de las ciudades- se pasa por modernas urbanizaciones. Pero las medinas son tan reales como las otras zonas.
Chauen dicen que es el pueblo azul. Las tumbas del cementerio son azules. Las casas, de cal azulada. Dicen que el azul es un color sagrado en el Islam. También que el preparado (cal + añil) espanta los mosquitos y evita que la humedad ingrese a las casas. Los artesanos hacen cuadritos azules y blancos para colgar las llaves que venden a los turistas. En Chauen hay una alcazaba –una fortaleza- que nuestro guía, más interesado en que vayamos al mercado, no sabe de qué época es. Y es bellísima.
La comunidad de Andalucía aporta euros para la restauración de la vieja medina de Chaouen. Una viajera española protesta porque la junta de gobierno gasta dinero en el extranjero en lugar de ocuparse de los problemas –inespecificados- de Andalucía.
En Chaouen, la ropa se lava en el río. El guía dice que no hay que comprarles lavarropas a las mujeres porque eso las hace haraganas. Los hombres solteros lavan la ropa, aunque en un lugar diferente. No la lavan en el río como las imágenes del Billiken, sino en una construcción que desvía el agua y la hace pasar por unos piletones en los que las tablas de lavar están incorporadas. También se desvía el río para que alimente los molinos: el de moler el grano para hacer harina y el de moler las aceitunas para hacer aceite. Es domingo cuando llegamos a Chaouen, y los molinos están cerrados. Pero la ropa hay que lavarla y, aunque amenaza lluvia, son varias las personas que están en esas construcciones. Sobre la montaña, un pastor cuida ovejas. Más allá, otro hombre custodia el fuego. Los niños son ruidosos como todos los niños del mundo y saltan alrededor de los extranjeros, haciendo pullas en árabe que se entiende tan bien como el habla del vecino de a la vuelta.
Chaouen es un pueblo azul y amable. Al menos en el sentido occidental: impacta a la vista, pero armónicamente. Los olores son de almizcle y cuero de oveja, que es desagradable pero no tanto.
Nos vamos de Chaouen rumbo a Ceuta: otro tiempo que no sólo incluye cambiar dos horas los relojes.
Gabriela Urrutibehety.
Nos regaló este archivo que me pareció de una belleza mística y les comparto.
Diego Sachella
MARRUECOS
MALAGA, 20.10.08.- Pongámonos de acuerdo: tres días son tres días, y menos si se pasan como turista (3 días, 2 noches: algo más de 48 horas). Los micros pasan por las calles, no las recorren; los hoteles no son las casas; los contactos con la gente mediados por un guía o un conserje no son contactos con LA gente; las actividades que se pagan en euros tienen otro sentido.
Hechas estas aclaraciones y precisiones, pasemos al relato. Estuve tres días y dos noches, en un tour por Marruecos, y no salí indemne.
Cruzar el estrecho de Gibraltar lleva tanto como cruzar de Buenos Aires a Colonia (la empresa de transporte, en definitiva, es la misma) pero en 45 minutos se ingresa a otra dimensión. Ceuta es el puerto español ubicado en la costa marroquí desde donde puede verse el peñón de Gibraltar ocupado por los ingleses. Cuando viajamos a Algeciras para tomar el barco, Antonio, el chofer, despotricó contra los ocupantes del peñón, porque incluso, “hasta se han inventado una lengua para molestar (no fue el término que usó) a los españoles y los ingleses”. Cuando volvíamos, nos encontramos con un grupo de militares españoles –jovencitos y jovencitas militares españoles- que venían a la guarnición ceutí.
Marruecos es una experiencia impactante. Impacta en los oídos el sonido de la voz llamando, desde la mezquita, a la oración. Impacta en los ojos el colorido de los trajes de las mujeres, largos de mangas, largos hasta los pies, alargados en pañuelos sobre las cabezas. Impacta el sabor del couscous y las aceitunas. Impacta el olor de la medina de Tetuán: falta de desagües, pescados vendidos en la calle, aromas de más de 200 hierbas en la farmacia berebere que nos llevan a visitar. Impacta el tacto de las alfombras, de las telas, de la lana cruda, del cuero de oveja repujado, de las cerámicas en las mesas del restaurant de Chaouen.
El camino hacia M’Diq impacta: una moderna carretera, construcciones y grúas por todos lados, el equipo del Atlectic de Tetuán concentrando en el hotel, al que se llega luego de pasar a la vera del Club Mediterranée y del Sofitel, entre otros símbolos del descanso primermundista. ¿Esto es África? Yo he crecido pensando que África eran Tarzán y los beduinos, anche Cleopatra y las pirámides.
En Chaouen, las mujeres separadas de los hombres lavan la ropa en el río, el gas llega en garrafas dentro de un camión pero es llevada por las laberínticas callecitas –por algunas se debe pasar de costado, porque no entras- a lomo de burro, el sastre cose a mano y el tejedor de telar tiene al lado una persona que hila en la rueca, como en el cuento de la Bella Durmiente.
En la puerta del hotel Intercontinental de Tanger, un hombre nos advierte en un español arrevesado: “señora, vuelve adentro que es muy temprano y no queremos tener problemas”. Es peligroso andar sola, aclara, aún a media cuadra del hotel. Una, mujer, obedece y vuelve a la burbuja categorizada por cantidad de estrellas.
Mercado viejo, barrio judío, el arte de reagatear
La medina de Tetuán, dentro de la cual está el barrio judío, ha sido declarada patrimonio de la humanidad. El primer impacto es el olor y el segundo, inmediato, es la estrechez. Tu cuerpo es invadido por el laberinto de calles y por la mezcla de aromas; la breve luz que baja desde el cielo despejado está disminuida por las lonas que actúan de tejados de los puestos de sardinas, de verduras, de kaftanes, de almendras. Lonas exiguas, al fin y al cabo, porque las construcciones se elevan hasta casi unirse, como los eucaliptos que llevan a la casa de mi hermano. La fila de turistas camina, bajo miradas que no puedo descrifrar: desconfianza, aceptación, ironía velada, indiferencia... Disgusto por las fotos en todos lados: la religión musulmana está en disputa con la imagen y Mohamed, nuestro guía, explica que hay una creencia similar a la de nuestros indios, acerca de que la foto roba un pedazo del alma. Estoy creyendo, desde hace un tiempo, que eso es cierto.
El viejo arte del regateo: una forma de comercio diferente, a la que uno debe acostumbrarse si quiere comprar algo aquí. Un juego en el que el sobreentendido, el gesto, la ambigüedad son las claves. Decir que no, no siempre es no; se puede decir que sí de muchísimas maneras; el no se dice en el tono o en la interrupción de la comunicación. Nada vale lo que en principio se dice; todo vale lo que uno esté dispuesto a pagar. El valor es lo más relativo del mundo: nunca es el mismo, sino el que los sujetos involucrados en el juego deciden que sea. Con la diferencia de que se explicita el juego y el juego se juega cada vez. ¿Cuánto vale un big mac? Lo que alguien –ya sabemos quién- decide y, a partir de ello, transforma en indicador económico internacional.
Pueblo azul
Hay que insistir. Antes de llegar a las medinas –esto es, las áreas viejas de las ciudades- se pasa por modernas urbanizaciones. Pero las medinas son tan reales como las otras zonas.
Chauen dicen que es el pueblo azul. Las tumbas del cementerio son azules. Las casas, de cal azulada. Dicen que el azul es un color sagrado en el Islam. También que el preparado (cal + añil) espanta los mosquitos y evita que la humedad ingrese a las casas. Los artesanos hacen cuadritos azules y blancos para colgar las llaves que venden a los turistas. En Chauen hay una alcazaba –una fortaleza- que nuestro guía, más interesado en que vayamos al mercado, no sabe de qué época es. Y es bellísima.
La comunidad de Andalucía aporta euros para la restauración de la vieja medina de Chaouen. Una viajera española protesta porque la junta de gobierno gasta dinero en el extranjero en lugar de ocuparse de los problemas –inespecificados- de Andalucía.
En Chaouen, la ropa se lava en el río. El guía dice que no hay que comprarles lavarropas a las mujeres porque eso las hace haraganas. Los hombres solteros lavan la ropa, aunque en un lugar diferente. No la lavan en el río como las imágenes del Billiken, sino en una construcción que desvía el agua y la hace pasar por unos piletones en los que las tablas de lavar están incorporadas. También se desvía el río para que alimente los molinos: el de moler el grano para hacer harina y el de moler las aceitunas para hacer aceite. Es domingo cuando llegamos a Chaouen, y los molinos están cerrados. Pero la ropa hay que lavarla y, aunque amenaza lluvia, son varias las personas que están en esas construcciones. Sobre la montaña, un pastor cuida ovejas. Más allá, otro hombre custodia el fuego. Los niños son ruidosos como todos los niños del mundo y saltan alrededor de los extranjeros, haciendo pullas en árabe que se entiende tan bien como el habla del vecino de a la vuelta.
Chaouen es un pueblo azul y amable. Al menos en el sentido occidental: impacta a la vista, pero armónicamente. Los olores son de almizcle y cuero de oveja, que es desagradable pero no tanto.
Nos vamos de Chaouen rumbo a Ceuta: otro tiempo que no sólo incluye cambiar dos horas los relojes.
Gabriela Urrutibehety.