"Cuando el desencanto se ha convertido en artículo de consumo masivo y universal. Nosotros seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano" Eduardo Galeano.

domingo, 9 de noviembre de 2008

"...los medios no lo informan. Los políticos ni se dan por enterados"

Las cosas de Pedro
05/11/08
Por Miguel A. Semán

I

(APe).- Pedro Oyarse murió pocos días antes de cumplir 13 años. El martes 14 de octubre, a las ocho de la noche, estaba vendiendo flores en la esquina de 8 y 48 en La Plata y alguien le hizo un tajo en la espalda con una botella rota. Ahí empezó el silencio. Pedro se desvaneció y ya no pudo hablar con nadie. Un patrullero lo encontró tirado en la calle y los policías lo llevaron al Hospital Gutiérrez donde lo operaron de urgencia. Pero ya había perdido demasiada sangre y murió el 17 de octubre a las tres de la mañana. La policía detuvo por el homicidio a un chico de 14 años, que tenía más de veinte entradas y era miembro de la banda de La Glorieta. En realidad la policía detuvo a una de las tantas sombras que recicla el sistema. Un fantasma que pocos días antes había salido de un hogar de abrigo donde estuvo internado por su adicción a las drogas. Volvió a la calle, mató a Pedro, y desde entonces está alojado en una comunidad terapéutica de la provincia de Buenos Aires.

II

El tío de Pedro, José Martín Oyarse, no pidió ningún castigo ejemplar para el detenido, tampoco la reforma penal para que los pibes lleguen a las cárceles cada vez más temprano. Sólo dijo: “Yo fui un chico de la calle y estos chicos están en situación de riesgo. No pido castigos, pero sí que el Estado se haga cargo de ellos”. Pedro, vendedor de flores, arquero, hincha de Gimnasia, tenía 12 hermanos de entre 2 y 22 años. La familia y el tío, tutor de todos ellos, saben bastante de chicos y de calles. Será por eso que también saben sobrellevar el dolor. Algunos dirán que están acostumbrados a sufrir. No es costumbre. Es una forma distinta de estar en el mundo. Tan distinta que nos parece exótica. Es la forma de los malabaristas de semáforo. De los abrepuertas de estación. De los vendedores de flores y estampitas. A Pedro lo mataron por nada, por bronca, por ese odio sin nombre y sin cara, por el que se mata en estos días. No tenían nada que robarle. Sólo el tiempo de la vida, las ganas de cumplir los trece años, un día como este y una tarde y una noche de amor que nunca llegaron. Esas eran o tendrían que haber sido las cosas de Pedro, junto a las pocas monedas que llevaba en el bolsillo.

III

Cuando el que muere es un vecino que además de la propia vida tiene apellido, casa y coche, la sociedad reclama un resarcimiento. Quiere que se la cure, a cualquier precio, del miedo que le produce la violencia. Para eso exige que se baje la edad de imputabilidad, que se encarcele a mansalva y que se mate ante la primera sospecha si fuera necesario. Los medios fomentan la indignación colectiva y los políticos se suman al reclamo para no perder los votos de una clase media insegura y errática. Cuando muere un chico que ni siquiera es dueño de su propia vida, la sociedad no reclama nada, los medios no lo informan. Los políticos ni se dan por enterados. Entonces, en medio de esa soledad, lo único que puede nacer es la tristeza. La forma más pura y genuina del dolor. La tristeza del hombre ante la muerte. Sólo eso.