Por el tajo breve de sus ojos penetra el crepúsculo montañés con su frío, su niebla y su misterio y alimenta el espíritu de ese hombre de los caminos.
Y Eusebio murmura apenas: “ Para que mis burritos no se me lo mueran. Para que mis pienses no se cansen aunque yo esté viejo.
Para que mi mujer se sane de ese mal que no la deja respirar. Para que mi hijo que está en Yavi, no sea ingrato, y me lo traiga a mi nieto, así lo puedo ver, y acariciar y contarle muchas cosas que él debe sabe…”.
Y el hoyo simbólico sigue recibiendo las ofrendas de Mamá Rosa, de Eusebio Colque, de Mamerto Mamaní, de todos hasta de las puesteritas y de los changos del fogón, hasta del maestro de la escuelita de Molulo, abajeño que asiste, entre curioso y conmovido, a la ceremonia de la corpachada.
Dirigidos por Mamá Rosa, todos cantan la copla ritual:
“Que la Pachamama los reciba
regalitos de la tierra…
Que la Pacha nos ampare,
que multiplique la hacienda…
Aunque se agrande el corral,
que se güelva cielo y tierra…”.
regalitos de la tierra…
Que la Pacha nos ampare,
que multiplique la hacienda…
Aunque se agrande el corral,
que se güelva cielo y tierra…”.
Pasaje extraído de La Corpachada. Atahualpa Yupanqui El Canto del viento Ediciones Honegger S.A.I.C., Buenos Aires, 1965.
¿La foto?, una de las tantas que sacó mi hermano en su viaje a Machu Pichu. Perú. Año 1992