"Cuando el desencanto se ha convertido en artículo de consumo masivo y universal. Nosotros seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano" Eduardo Galeano.

viernes, 13 de junio de 2008

La impasible ambición



La vida ciudadana nos lleva a las defensas más inverosímiles, tratando de garantizar derechos con luchas que no deben ser. Y no es que no deban ser porque no corresponden sino porque no deberían llegar nunca a ser luchas, solo por el hecho de que si hay lucha es porque alguien está vulnerando un derecho.
La cultura pública agoniza, como agonizan otros tantos derechos ciudadanos, como agoniza la salud, con sus médicos, enfermeros, camilleros y administrativos, como se extingue la educación con maestros, alumnos, profesores y porteros; como batallan los científicos, los investigadores y los intelectuales; el campo se desangra en las rutas y los camioneros se detienen para tirar sus cargas porque nadie escucha a nadie, porque la ambición es más poderosa que el diálogo y más intensa que la tolerancia, mientras cientos de miles de personas intentan ganar una batalla distinta, una estrategia contra el hambre, la inflación, la mentira, la desocupación, la inseguridad, la violencia, una batalla mucho más humana, más triste, más visceral.
Mientras el país chorrea desesperación y entre tanta mentira, el Teatro Auditorium, Centro de las Artes de Mar del Plata, lucha por sobrevivir a la codicia de unos pocos, se debate entre el ser y el deber ser.
Germinó en el tiempo como un Teatro público, miles de personas han pasado por sus salas, han reído, han llorado, han visto crecer a sus hijos año tras año en actos escolares, los han visto despertar a sus vocaciones, han jugado a ser otras personas en sus espacios, en sus salas, en sus galerías…
El Teatro fue creciendo, por demanda pública, por prepotencia de trabajo, porque la comunidad lo exigía sin reclamarlo, porque la sociedad cambiaba y entonces se adaptaba a las contingencias, una y otra vez, siempre creciendo a pesar de todo, muy a pesar de todo.
Estos pesares, hoy, se transforman en preocupación, en una desesperación similar a la de quien está a punto de perder su casa, viendo como a través de la desidia todo desaparece incomprensiblemente ante los ojos azorados de una comunidad entera, a las manos de un sanguinario feudo marplatense, atiborrado de poder de la mano del amiguismo más mezquino y con una indiferencia sin precedentes por los derechos ciudadanos.
El Auditorium corre peligro porque, para los que no lo saben, la licitación del Hotel Provincial y Departamentos Casino fue entregada a manos de capitales privados, bajo el monopolio Aldrey Iglesias, dueño del Hotel Hermitage y de Multimedios La Capital, cuya amistad con el gobernador ha permitido que se le cedan los espacios del viejo Hotel Provincial para su explotación por los próximos treinta años, con opción a quince más y exento de varios impuestos.
En el paquete de la 'licitación', Scioli le ha entregado además el Hotel Casino, adyacente al Teatro Auditorium y que ha estado cerrado por más de una década, pero no contento con esto, Iglesias ha ido por más y reclama todos los locales y espacios que rodean el Teatro, y algunos dentro del mismo donde se desarrollan gran parte de las tareas diarias; el espacio Nave y la Bodega incluidos, cuyas funciones son artístico-culturales, lo cual significa que el 63 por ciento de los trabajadores queden sin espacio físico para el desempeño de sus tareas, sumándole el riesgo de poder perder sus fuentes de trabajo.
El Instituto Cultural, con jerarquía ministerial, que nuclea todas las actividades culturales a nivel provincial y además imparte la disponibilidad presupuestaria de los organismos culturales, permanece en silencio de radio ante esta situación, afónico por quién sabe que intereses conjuntos en este negociado.
Así las cosas…
Y mientras escuchamos hablar de inclusión social y cambio cultural, la cultura pública sucumbe desde su propio centro y quienes deben defenderla y garantizarla hacen oídos sordos a los reclamos de la comunidad.
Nadie mejor que nosotros sabemos lo que es trabajar allí, nadie sabe mejor que nosotros lo que es funcionar sin presupuesto, a pulmón, sumando voluntades para vacaciones de invierno, porque el Desaburrir es un clásico y no podemos permitir que no se haga; nadie sabe lo que es quedarse una o dos horas de más aún cuando no te la pagan porque el Teatro te necesita; nadie sabe el placer que se siente cuando ves al público feliz de haber venido, ni conoce la emoción de caminar por sus pasillos y descubrir todos los días un espacio nuevo, un vericueto distinto; nadie tiene idea de lo que es haber crecido entre sus paredes, haber aprendido entre sus viejos escritorios y revelarse todos los días un poco más; nadie tiene noción de lo que significa para nosotros este teatro, nadie sabe como se sufre cuando lo lastiman o como se siente verlo desaparecer, nadie tiene idea de lo que se siente al cerrar los ojos y pensarlo ajeno, concebirlo convertido en un shopping y ver nuestras oficinas transformadas en locales comerciales… Nadie tiene idea de lo que significa para nosotros la cultura pública, ni tampoco de todas las veces que la hemos defendido.
Por esto, y por todo lo que significa el Teatro para los que estamos dentro y para todos aquellos que nos acompañan desde afuera, que sienten parecido a nosotros, porque son parte de él, les quiero decir: LA CULTURA NOS NECESITA, TANTO COMO NOSOTROS NECESITAMOS DE ELLA, para amar, para sentir, para evolucionar, para tener memoria, para recuperar nuestra historia, para ser más genuinos, para ser más humanos, para conocernos y descubrirnos, para vivir todos los días con más dignidad, para vivir en armonía y en comunidad, para ser y dejar ser, para defender nuestros derechos ciudadanos, para aprender de nosotros mismos, para ser más sensibles y más grandes cada día.
Gracias a todos los que nos acompañan, gracias a quienes se acercaron y se acercarán a preservar este derecho. Simplemente gracias. Nos vemos en la lucha…

María


No venga a tasarme el campo (el Teatro) con ojos de forastero porque no es como aparenta si no como yo lo siento… (Como yo lo siento, José Larralde)