Hoy, al abrir mi casilla de correo repleta de lindas noticias, encuentro el mensajito avisándome que hay un comentario aquí, en la Matera… Me recuerdan la promesa de contar como fue que conocí, Pizarnik. Tengo que salir para hacer unos pagos, así que “posteo” (estoy aprendiendo) el “Resereando” de María Bernarda y me voy, con el compromiso de reanudar la charla a mi regreso… y aquí estoy.
Para mí, el mate, amargo, pero si ya lo empezaron dulce, acepto uno, mientras sube la foto.
¿Linda, verdad? … Bueno, hace mucho, tanto como treinta y nueve años, entrevistamos a Alejandra Pizarnik en su departamento de la calle Montevideo al 900, dos compañeras de curso, y yo. Éramos un equipo; el mismo que un mes antes había visitado al Historiador, Profesor Vicente Sierra, quién nos recibió en su enorme y luminoso estudio, poblado de libros. Nuestros trabajos, junto a otros, se publicaban en una revista del colegio, pocas veces hablo de esto, por que no guardo nada, todo está en mi memoria. La grabación, casi inaudible, y el Libro “El Árbol de Diana” que Alejandra Pizarnik me autografió aquella tarde, se lo regalé a nuestra profesora de Literatura, muchos pensaron que lo hice para aprobar la materia…hacen bien en pensarlo ustedes también.
Siempre fui una alumna regular, mis compañeras de equipo, eran muy buenas y disciplinadas, pero yo, de las que “zafaban”. Cuando nos dieron el trabajo de entrevistar a un escritor, ellas, querían encontrarse, nada menos que con Borges, a mi la idea me gustaba, sobre todo porque hacia poquito habíamos leído “Ficciones” uno de sus maravillosos cuentos “Ruinas Circulares” me había sugestionado, a punto tal, que por las noches cuando no podía conciliar el sueño deducía que “quién me estaba soñando, me soñaba despierta”…Quizá para comprender lo que digo se haga necesario leer el cuento. Leer a Borges siempre es un placer.
Sigamos con el relato de mi encuentro con Alejandra Pizarnik. Ese mediodía llegué a mi casa, y fui derecho a un librito que llevaba por titulo "Los Nuevos", o algo parecido, donde había leído entre otros, a Pizarnik y tenía grabada la imagen de “mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos” ¿Cómo sería Alejandra Pizarnik? ¡Era la oportunidad de saberlo!, sin vueltas, me fui hasta la casa de mis abuelos, que quedaba a una cuadra de mi casa, para llamar por teléfono a la editorial. Centro Editor América Latina, si mal no recuerdo, era aquella editorial, ellos me orientaron como localizar a la escritora. Me comuniqué esa misma tarde y Pizarnik dijo: Sí, las espero. Así de sencillo.
A la mañana siguiente aparecí en el colegio con la noticia. Teníamos la entrevista…mis compañeras rezongaron un poco pero, cuando la profesora se enteró de quién iba a ser nuestra entrevistada, exclamó ¡brillante idea!. Alejandra Pizarnik era su poeta preferida.
-¿De quién fue la idea? Preguntó. Y como éramos un equipo dijimos a coro: de las tres y allá fuimos, con el grabador Gelosso, que nos prestó mi padre, que también, nos acompaño hasta la entrada del edificio, no recuerdo si nos espero, pero seguramente lo hizo, protector como era su costumbre.
1968. Al vernos, el portero pregunto: ¿Señoritas, dónde van ustedes?, y a coro dijimos: a entrevistar a Alejandra Pizarnik, por que éramos un equipo. Fue él quien llamó al ascensor que nos depositó en el palier, antes de tocar el timbre, la puerta se abrió, seguramente, también, fue él, quien avisó que estábamos llegando.
La recuerdo, pequeña, cabello corto, muy negro, tanto como sus ojos, sin maquillaje, vestida con una polera negra y un pantalón que parecía quedarle grande. Las persianas estaban bajas, la única luz brotaba de una lámpara de pie, que junto con un sillón y una mesita ocupaban el rincón derecho de la habitación; ella se sentó en el sillón, justo debajo de esa lámpara, se volvió entonces, visible. Sobre la mesita dónde estaba el teléfono, acomodé el grabador y mientras desenrollaba el cable para enchufarlo, Pizarnik preguntó ¿Quién de ustedes llamó?.
Nos miramos las tres, éramos… pero tímidamente dije: yo
¿Y porque a mí? dijo
Entonces, comencé diciendo que había leído…
¿Qué? Me interrumpió.
¿Y ahora, cómo zafas? Pensé. No sabía nada de ella, ni de sus libros. Lo juro, Nada, ni entonces ni ahora.
Ella encendió un cigarrillo, mi dedo índice se hundió sobre la tecla roja del grabador, tan colorada, como sentía, ardía mi cara de vergüenza. Y me escucho decir “una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo la rebelión consiste (sumo su voz a la mía), en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”.
Se levantó entonces, y desapareció detrás de una puerta, por un momento, todo fue silencio y penumbra, hasta parecía haberse llevado la luz de la lámpara con ella. Cuando la vimos reaparecer traía en la mano un libro: “Árbol de Diana” prologado por su amigo Octavio Paz, Lo firmó y me lo entregó. En el Gelosso la cinta giraba y giraba registrando los sonidos, su voz lejana “Nada, puedo decirles, de mí que pueda resultar interesante”, habla de una beca en Nueva York, mientras busca apoyo en el marco de la puerta, por la que antes había reaparecido; comenzó a sonar el teléfono, el que estaba sobre la mesita, pero ella parecía no escucharlo… “viví en Paris. Me gustan las noches, el silencio…” sigue diciendo mientras camina hacia la puerta por la que habíamos entrado minutos antes… “para escuchar las voces abrumadas…” ya se vuelven inaudibles sus palabras tapadas por el timbre del teléfono que vuelve a sonar con insistencia, pero ella al parecer sigue sin oír. Abrió en aquel momento, la puerta y supimos que la entrevista había terminado; fui la última en salir, tuve que desconectar el cable y guardar el grabador en el bolso, la puerta se cerró, en el preciso instante que volvió a oírse la campanilla del teléfono, nunca olvide ese detalle… la campanilla de ese teléfono sonando y sonando.
En absoluto silencio ascendimos al ascensor, y así llegamos a la Planta Baja. Cuando pasamos frente al portero, éste se nos adelantó, abrió la puerta y nos despidió con un estudiado, "Tengan ustedes muy buenas tardes Señoritas". Ya en la calle, mis compañeras, protestaron… ¿para esto vinimos?. Sí dije, para conocer a una poeta, y la conocimos. Ya no éramos un equipo. Ese fue el último trabajo que hicimos juntas. Pero que importancia podía tener eso… yo, había conocido a Alejandra Pizarnik.
Años más tarde, 1972, en la mesa que fuimos a ocupar en la confitería “Las Artes”, Figueroa Alcorta, frente a la Facultad de Derecho, habían olvidado su libro “El árbol de Diana” mientras lo abría, recordé la cita con la que comenzaba nuestro trabajo “La poesía es el lugar donde todo sucede” nos dice Alejandra Pizarnik
Confié entonces, a mis ocasionales acompañantes, que yo había conocido a la autora de ese libro, se miraron… y preguntaron a coro, como si fuesen un equipo ¿ de verdad?.
Ese fue el año que Alejandra Pizarnik, murió. Esa fue la última vez, hasta hoy, que conté como la conocí; pero les confieso que cuando veo, cuando miro una rosa, no puedo dejar de escucharla decir “que la rebelión consiste en mirarla hasta pulverizarnos los ojos”.
Y ahora sí, acepto otro matecito… y si es amargo, mucho mejor