Entrevista A Héctor Schmucler (Junio 2004)
Prolífico investigador y ensayista,
Héctor Schmucler es actualmente director de un programa de investigación sobre la memoria. Desde allí intenta desentrañar los procesos de memoria colectiva, lo que considera imprescindible para pensar la construcción de lo que hemos sido, y así entender lo que somos.
Por Alejandro Bellottihttp://www.contracultural.com.arEnmascarado con un par de anteojos de marcos gruesos y portafolio en mano, pasea con hidalguía su imponente figura por las calles aledañas a la Universidad Nacional de Córdoba; los estudiantes lo identifican y lo saludan, reconocimiento que lo reconforta. Lejos ya de la efervescencia setentista de Comunicación y Cultura, publicación que dirigió junto a Armand Mattelart, y pionera en el análisis sobre la comunicación en Latinoamérica, Schmucler está abocado a un nuevo objeto de estudio. Jubilado desde hace más de dos años, aunque vinculado aún al ámbito académico como Profesor Emérito de la Universidad de Córdoba y coordinador de la Maestría en Comunicación y
Cultura Contemporánea en el Centro de Estudios Avanzados (CEA), es director del Programa de Estudios sobre la Memoria, “una síntesis de todos los grandes interrogantes que me he planteado en mi vida”, sentencia Schmucler.
El Programa, en el que participan investigadores convocados por Schmucler y patrocinado por el Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía de la UNC, funciona en el CEA y sin presupuesto, “lo que tiene sus limitaciones, pero a su vez demuestra la voluntad de todo el equipo de trabajar por vocación y no para conseguir un sueldo”, señala el investigador.
¿Considerás un acto de resistencia trabajar en un programa para la memoria en un país tan “desmemoriado”?
Parafraseando a Borges, diría que es un acto de conservadurismo, porque hoy ser resistente a la ola de superficialidad en la que está inmerso el mundo, es ser conservador. Conservador como defensor de lo conquistado, evitando ser invadido por el desinterés reinante, y por lo tanto tener cierta memoria de aquellos valores que uno considera son constitutivos de los seres humanos. La memoria entendida como un hecho profundamente político, pero no para la inmediatez, ya que los fenómenos de memoria colectiva trabajan en lo sin suelo, en lo no inmediatamente utilizable, aunque tal vez sea lo más utilizado en la práctica porque marca la manera de vivir cotidianamente.
Sin embargo en la actualidad, y por la tendencia a la espectacularización de los acontecimientos que sólo permite recordarlos superficialmente, no se desmenuza el entramado que articula los hechos, dificultando esa construcción en pos de una memoria colectiva.
Es cierto. Hay una idea sostenida, también por algunos medios de comunicación, de que la memoria tiene una finalidad inmediata, que no es otra que la justicia. Y la memoria va más allá de eso, porque la justicia no logra liberar al mundo. Lo estamos viendo hoy en día con los militares. Si se encarcelase a los militares, pareciera que ya está, se clausura un capítulo, se lo encapsula y empaqueta. Pero la memoria son las cicatrices que quedan y están, que no tienen por qué ser dolorosas, sino que deben recordarnos que tal cosa existió. Todos vivimos con las cicatrices, pero las queremos olvidar. Por eso, pensar a la justicia como fundamento de la memoria nos sirve para disimular las cicatrices.
Una posible condena a los militares responsables del genocidio emprendido en 1976, ¿sería una costura, entonces?
Pareciera que sí, porque con esas posibles condenas se percibe una euforia desmesurada. Sospecho que si hoy se hiciera una encuesta, una buena porción de los habitantes de este país consideraría que por primera vez se haría algo justo con los militares si se los enjuiciara nuevamente. Y acá entra a jugar la inmediatez de lo mediático, que permite generar una suerte de que así todo estaría saldado, reconciliándonos con el pasado. Más allá de que estoy completamente de acuerdo con que se condene a los culpables, no debe olvidarse que hay algo que es la verdad y que supera los acontecimientos de cada día. La búsqueda de una cierta verdad es uno de los fundamentos de la memoria. Cuando digo verdad estoy pensando en un lugar donde la memoria descanse, se asiente. Ya sabemos que hay muchas verdades, por eso no quiero que la justicia simule que nos quedamos sin problema. Porque el problema son los militares, pero también es el país. Cuando digo verdad y memoria estoy pensando en la búsqueda de todo lo que hizo posible que un conjunto de personajes siniestros ejercieran un tremendo acto criminal. Me preocupa más estudiar esas condiciones, que meterlos diez años en la cárcel.
Y esas condiciones están latentes en la sociedad; se vislumbran, por ejemplo, en la forma que algunas personas interpretan, condicionados por la presentación del conflicto que hacen algunos medios, al piquetero (excluido) confrontado con el ciudadano (incluido).
Es así porque aparentemente, y así lo muestran algunos medios, son realidades irreconciliables; y eso sucede porque se vive segmentadamente, porque también entre los piqueteros están los que no asocian su propio accionar político con el conjunto. Lo cual tiene su raigambre en la falta de memorias comunes, posibilitando que no se tenga en cuenta al otro. Por ahí, algunos ciudadanos no tienen más que tomarse un colectivo para ir a trabajar y no pueden por un corte. Tal vez, otro señor en su auto piensa: “bueno, son unos minutitos más”. Pero esa también es una forma de excluirse del problema, porque puede prescindir del conflicto, no inmiscuirse; y esto se refleja en ese discurso, tan frecuente entre los intelectuales, de abstracción del mundo. Son los más justicieros y no tienen en cuenta esta complicada trama porque no los afecta.
¿Y cómo se reconstruye un tejido social tan deshilvanado?
Partimos de un hecho constitutivo que es el distanciamiento, la falta de comunidad, donde mis problemas son mis problemas, y no encontramos un hilo en común. Solamente encontrando un punto de confluencia podremos entendernos. Pero para eso no hay que descuidar el papel que juegan, entre otros, los medios de comunicación, y en especial los canales de televisión. Pareciera que quien representa la verdad en esta sociedad mas mediatizada es el que aparece por TV.
Si un canal de Checoslovaquia registrara la señal de un canal argentino con las imágenes de los piqueteros cortando un puente y los trabajadores enfurecidos porque no pueden llegar a sus puestos de trabajo, los checos dirían: “pobres tipos estos que no pueden trabajar por el accionar de estas bestias”.
Por eso es imprescindible la memoria, como mecanismo colectivo para saber de dónde venimos. Para entender que los actos de los seres humanos no son fenómenos de la naturaleza. Somos lo que somos, porque hemos sido lo que hemos sido. No llegamos a un lugar por mero juego del tiempo. Hemos construido esto. Pensar en esa construcción es una de las tareas sustanciales.
¿Cómo lograr que la memoria responda a un accionar continuo y que no sea mera cristalización de un procedimiento mecánico, institucionalizado como un museo?
Logrando que la memoria sea actuante. Con la conciencia de que somos parte del pasado, ya que en la historia de los seres humanos no está todo calculado, y es posible reconocer cómo se construyó. Cuando, por ejemplo, a los criminales de cualquier tipo se los tilda de bestias, se está tirando la pelota afuera. Porque es un Hombre, aunque quede mal decirlo. Esta tendencia a bestializar al enemigo es un gran error, ya que si no es un ser humano, no es responsable. Esa idea de que la humanidad es sustancialmente armoniosa, y que tiene algunos elementos patógenos que alteran el orden y por lo tanto deben ser eliminados, estuvo sustentada por la eugenesia, cuyo ejemplo más acabado fue el nazismo, que mediante la utilización de una cientificidad siniestra, intentó la eliminación de esos elementos enfermos y un mejoramiento de la especie. Pero uno, como parte de la humanidad, debe necesariamente preguntarse continuamente sobre, en el caso del nazismo o de un torturador de la dictadura, cómo me hubiera comportado en esa circunstancia, porque seguramente no hubiera actuado como aquel que condeno, pero tal vez no me hubiera comportado contrariamente. Casi metafísicamente, para mí, el trabajo fundamental en la memoria es empezar por el comienzo, recordando nuestra condición humana.
¿Cómo hacer para hurgar en la historia, abocarse al trabajo colectivo de armar un pasado en común, cuando el Estado, manejado por la ideología dominante, construye una historia que, en muchos casos, no coincide con la historia real?
Es posible que así sea, aunque esa es una postura demasiada althusseriana y yo tengo ciertas reservas sobre el trabajo de los Aparatos Ideológicos de Althusser. Porque se sobredimensiona el poder del Estado y porque considero, básicamente, que los seres humanos estamos condicionados en algunos aspectos de nuestro pensamiento, pero el hecho de haya gente que piensa diferente, demuestra que no estamos determinados, sino tan sólo condicionados, y esta es una diferenciación primordial. Quizás ese sea el gran don de los seres humanos: la capacidad de vivir y actuar libres de determinismos, guiados por la voluntad y la imaginación. Si todo lo pudiera condicionar una medida de la que no tuviéramos incidencia, no habría cambios. Por eso actúo por el mundo espiritual que me alimenta.
Pareciera que creyeras en una condición bondadosa inherente a los seres humanos.
Lo ejemplifico: Al respecto de la memoria, uno de los trabajos más interesantes que se han hecho en Europa, tiene que ver con el post-nazismo y con la gente que ayudó a salvar a perseguidos judíos. En estos estudios, antropológicos por cierto, han quedado algunas cuestiones comprobadas: muchos seres humanos expusieron sus vidas para salvar a otros con diferencias sustanciales de credo religioso, clase social y nivel cultural. La respuesta mayoritaria de estos auténticos salvadores al interrogante de por qué lo habían hecho, fue más significativa aún; contestaron que no tenían razón para explicar por qué habían actuado de ese modo. Como si fuera una práctica casi inmanente: “y no podía hacer otra cosa”. Ese no podía hacer otra cosa no tiene que ver con la educación del padre que le dice vos tenés que hacer esto, no tiene que ver con la iglesia o la escuela que infunde sus preceptos, aunque también tenga que ver con todo eso. Pero lejos está del deber, ya que se arriesga la propia vida porque sí. Este ejemplo demuestra que no todo está determinado.
Y demuestra también que quienes colaboraron con los sistemas persecutorios no pueden desligarse de sus responsabilidades y decir: “no pude hacer otra cosa”.
Es cierto, porque decir no hice otra cosa, significa no me animé a hacer otra cosa, ya que aunque sea real que hacer algo en contra de la norma vigente es riesgoso, haciendo uso de la libertad, se puede arriesgar, en contraposición de lo que nos está imponiendo este mundo donde no se arriesga nada; ni en el amor, ni el confort cotidiano. Y ante esa actitud timorata, encuentro “zafar” como un término que en Argentina es ilustrativo y emblemático de la conducta nacional. No resolvemos las cosas, las zafamos. Y zafar significa estafar. Zafar es una manera de no arriesgar. Yo no soy esta solidez que afronto y me arriesgo, sino que me escudo y zafo.
Si bien decís que no hay determinismos, no podemos negar que los condicionamientos siguen siendo muy poderosos. Vale como ejemplo cuando en la profecía orwelliana de 1984 en algunos pasajes se describe la neolengua como paradigma del autoritarismo galopante. Hoy, enmarcados en la sociedad de la información, regida por códigos binarios, existe una tendencia a manejarse onomatopéyicamente (el chat es ejemplo de ello), destruyendo el lenguaje y la creación y, de ese modo, condicionando el pensamiento.
¡Exacto! Ahí, en la neolengua, está la clave del totalitarismo; en este sofocamiento de la lengua, en esta pérdida de historia propia de las palabras, está engendrado el totalitarismo. Orwell lo dice claramente: hay que evitar que tenga mucho significado para que todo quede claro. Por qué blanco y negro, si puede ser blanco y no blanco. Ahí, en la neolengua, está la pérdida de la densidad del lenguaje. Significativamente, el lenguaje moderno obstruye la imaginación. Es totalitario y existe en nuestra sociedad, y responde a lo que podríamos denominar: “las formas dulces del totalitarismo”.
¿Y cómo se podría contrarrestar esa forma de totalitarismo?
Habría que encontrarle un uso diferente a la técnica. Y abandonar cierta ilusión de progreso, de que el mundo marcha hacia cierto estado de armonía y perfección. Creo que eso es errado y exagerado, aunque tampoco considero que estemos condenados, porque somos responsables de lo que nos está pasando y, como tales, podemos cambiar el rumbo. Es el momento preciso para tener la percepción a flor de piel, no sólo ver como se cumple un destino. Porque uno solo no puede cambiar el mundo, pero sí pensarlo y, tal vez, ese sea el paso inicial para que algún día cambie. Es el goce de poder mirar con los ojos abiertos y reconocer nuestro presente: doloroso y agradable. Esta sería la forma de oponernos a lógica del sistema que nos propone la adaptación y la naturalidad.