"Cuando el desencanto se ha convertido en artículo de consumo masivo y universal. Nosotros seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano" Eduardo Galeano.

viernes, 13 de febrero de 2009

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El dinero y la palabra
La palabra es una moneda de cambio invaluable. No se cotiza en ningún lado, pero se reproduce en cualquier parte, puede modificarse o sostenerse y no se vende ni se compra, salvo excepciones poco honrosas. Su valor aumenta en función de la credibilidad de su portador, puesto que importa tanto quien habla como lo que se dice.
El dinero, en cambio, es impersonal, no se representa más que a sí mismo y quien lo detenta adquiere una identidad sin garantías, intercambiable, perecedera. Es el dinero el que define a su poseedor. De allí que su poder resulte mensurable. Pertenece al orden de lo material, mientras que la palabra obtiene su valor con relación a una persona o a otra palabra. No es mensurable de antemano: de allí la dificultad especulativa. Hay que creer en ella. La palabra representa al que habla y a veces, sin saberlo, es la llave de su destino. En la crisis actual, palabra y dinero parecen rivales que se disputan el destino de toda la humanidad. Hervé Kempf, autor de un ensayo recién publicado en Francia, Para salvar al planeta hay que salir del capitalismo (Editorial Seuil), considera que la avidez encontró en la especulación financiera un modo de disolver la sociedad y que la clase poderosa perdió la noción de lo que George Orwell llamaba la decencia común. Según Kempf, "la moneda no es sólo una traducción contable de la actividad humana, una herramienta que permite fluidificar el intercambio, sino también un lenguaje extremadamente complicado que traduce de manera cada vez más desajustada los signos que los humanos manejan entre sí creyendo intercambiar bienes". Sigue: "Hay, pues, que desaprender este lenguaje para restablecer la palabra, que, como lo evoca Jean-Jacques Rousseau, es la verdadera naturaleza de un comercio independiente". En 1844, Marx citaba a Shakespeare para ejemplificar la identidad voluble del hombre frente al dinero. Se servía del ejemplo de Timón de Atenas: "¡Oro, oro amarillo, fogoso y apreciado! No, dioses del cielo, no soy un aspirante frívolo? Un poco de oro bastaría para volver blanco al negro, bello al feo, justo al injusto, noble al infame, joven al viejo? ¡Vamos, metal maldito, prostituta común a toda la humanidad, tú que siembras la discordia entre las naciones...!" El último dossier del diario Le Monde está dedicado al dinero como protagonista y propulsor de la crisis actual. Comienza en la primera página con la cita de Marx sobre Shakespeare y sigue con una canción de Boris Vian sobre la conquista amorosa en relación con las necesidades domésticas, en la que hombre y mujer se fijan (¡y se amparan!) en los precios de las cosas para aumentar o disminuir la atención que se brindan. El dossier termina con un fragmento del discurso de Rousseau de 1754 sobre el origen de la inequidad entre los hombres. ¿Será cuestión de volver a los clásicos para inventar el futuro?

Silvia Hopenhayn
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