"Cuando el desencanto se ha convertido en artículo de consumo masivo y universal. Nosotros seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano" Eduardo Galeano.
 
          
        
          
        
          
        
Hace sesenta y cinco años Atahualpa Yupanqui escribió
TIERRA QUE ANDA
En la página 35 del pequeño librito editado en 1948 por la Editorial Anteo leemos:
Te lo advertí, Hermano Kolla.
¿Recuerdas  que te hablé de Condorkanqui, de Catári y Pilltipico?. Ellos tambien  como tu, se echaron el sol al hombro y caminaron sendas del Ande hasta  las pampas abiertas, con esa ilusión que la vida prende en los seres  humildes, que creen que aquellos que viven bien, piensan y sienten bien.
Te  vi pasar por los caminos del Tucumán. Saludé tu esfuerzo con mi mejor  alarido. Nuestros ponchos conversaron sobre cosas comunes. El mío rojo y  azul, dijo las cosas del sueño alto y de la copla libre. El tuyo  castaño y pardo como tu vida y como tu tierra, dijo las cosas que el  rigor aconseja al corazón que sabe esperar siglos la aurora que libera  de las sombras.
Cuando llegaste a la gran ciudad, también yo te espere en Buenos Aires.
Yo  no fui con un verso y un discurso, ni monte ajeno potro para lucir el  barato gauchismo del hombre que se enhorqueta en Ciudadela para apearse  en Plaza de Mayo.
Yo soy del camino largo. Soy jinete de bruto zaino que sabe andar cuarenta días para ver un alba o un ocaso andino.
Te  vi entrar por la calle ancha, Hermano Kolla, cansado y aturdido de  aplausos y homenajes. Niños como palomas custodiaron la acera de tu  mañana sin niebla.
Obreros y ciudadanos agitaron sus manos para  llamarte amigo. Mujeres de la feria mañanera se quedaban prendadas de  los tientos heroicos de tu apero. Los entendidos discurrían sobre  bozales, sobre guardamontes, sobre pellones y caronas diversas. Entre  autos y tranvías detenidos en fila interminable, pasaron tus borricos,  tus mulas. Pasaron los hombres del caminar eterno. Palmeando el anca de  las bestias, saludando a las cholas, trepando en los carros, yo te  saludé con una alegría de chango travieso. Mire tu sombrero apretado “a  lo chaqueño”, con el ala hacia arriba, luciendo un retrato que nada  tenía que ver con tu paisaje ni con tu misión. Tú no venías a pedirle  nada a un hombre. Tú venias a pedirle a la Nación
A exigirle, ante  los ojos de todo el pueblo, la tierra que tus manos reclamaban, la  siembra de todo lo que lleva la vida hacia delante. Tu anhelo no nació  en Bertoasco, como tampoco moriría bajo el antojo de Von Kemmer. Tu  anhelo tiene más años que el algarrobo, y es más grande que tu pena y  que tu espera, Hermano Kolla.
Cuando coparon tu esfuerzo y otros  hicieron de tu heroico raid “su triunfo”, yo te lo advertí, paisano de  mi tierra. Supe junto con tu llegada, el carácter de todo eso. Tú,  hombre del Ande y de la Puna; tú, muchacho de los potrero de Orán y de  los lotes cañeros de Ledesma; tú, vagabundo pastor de Cochinoca y  Casabindo, fuiste sin quererlo, el partiquino inconsciente de una  comedia nativista.
Aquí te abrazaron señores y lacayos vestidos de  señores. Aquí te mostraron la zamba del pago luminoso, la vidala otoñal,  la copla eterna, y se lucieron llamándote su hermano todos los  aficionados al turismo tradicionalista del arte y de la vida. Todas las  voces del arte barato, del provincianismo comercializado, te llamaron a  sus centros.
¡Hasta jugaste fútbol! Te vi en los noticiarios de cine. Miraba tu figura, y casi no te reconocía.
Solo  al caminar descubrías el paso que la tierra imprime al hombre. Estabas  contento, pero esa alegría no era la de allá. No era la campechanía del  saludo y la sonrisa bajo la sombra de la carpa grande del Carnaval  quebradero. No eran los ojos chicos, de mirada firme, en la que siempre  brilla el alma libre y la esperanza grande. Tu poncho añoraba vientos, y  era blando tu gesto, tan lejos de las piedras.
Hasta que al fin supiste cómo duele el engaño.
Tú,  indio del Ande, mestizo de la Puna, huésped de Buenos Aires fuiste  echado a patadas. Roto quedó tu erkencho, destrozado tu bombo. Con las  hilachas de tu pobre poncho enjugaste tu llanto, que es el mío, y el de  todos los que arrimamos nuestro corazón para mantener la justicia de tu  voz!
Ahora marchas caminos de regreso, que son para tu pueblo caminos  de derrota. Allá conversarás, superada tu angustia, con tono más  altivo. ¡Supay huaranka huachaseka! Y pensarás en todos los abrazos de  la ruta. La montaña te mostrará la flor primera de estos tiempos de  soles buenos, y el viento te hablará con la voz de los abuelos. La  sombra de los algarrobos cantará para ti la ronda lunada de los coyuyos  que anuncian el verano. Allá en las lomas la senda enviará en los  remolinos sus mensajes al lucero cumbreño. Y tu flauta sonará como  siempre, como toda la vida el yaraví de la sombra que comienza en la  tierra y se extiende sobre el corazón de los hombres que viven lejos,  pobres y silenciosos.
Aquí, ningún centro tradicionalista levantó su  protesta. Ningún gaucho de los que se lucieron a tu lado, desde  Ciudadela a Plaza de Mayo montó su potro ajeno para decirte:
“¡Venga a mi casa amigo!” Dentro de poco, serás el tema pálido de algo de lo mucho que ocurre en el tiempo.
¡Pero  yo no duermo, Hermano Kolla! Mi alma es un mangrullo sobre el que pasa  eternamente vigilando, el anhelo más grande de mi vida.
Aunque todas  las voces callen, ahogadas, compradas, envilecidas o aburridas, mi voz,  la de mi oscuro canto, la de mi copla libre, de esta guitarra mía que  sabe de caminos y de angustias, será siempre tu voz, la de tu cerro, la  de la Puna abierta y desolada, la de la selva brava. Sobre mi tierra  alta viven hombres sin campos, de mirada firme, pero de tristes cantos,  de paisajes hermosos, pero de hambres infinitas, a los que la vida  arrincona para que sus sueños se deshilachen a la par de los ponchos.
¡Para  comprar tu alegría con moneda justa, para que brote la dicha sobre la  tierra parda, para borrar las lágrimas del llanto, esta mi corazón,  Hermano Kolla…!
De ayer a Hoy
http://comunidadlaprimavera.blogspot.com/